El perdón transpersonal y terapéutico

Podemos trabajar para que el ego se esponje y rinda así sus defensas a una fuerza mayor: la del Amor y la paz profunda.

por Tiempo Consciente

El perdón transpersonal ante aquellas situaciones dolorosas de la vida es algo que nos encuentra, cual mariposa que se posa en el hombro, sin que podamos forzar que suceda. A lo sumo, podemos trabajar para que el ego se esponje y rinda así sus defensas a una fuerza mayor: la del Amor y la paz profunda.

Como terapeutas podemos allanar el camino para que ese perdón florezca en el corazón de la persona a quien acompañamos… Podemos facilitar la apertura para que suceda la sanación profunda, cual jardinero que prepara la tierra, siembra la semilla, ve crecer al árbol, y luego espera a que éste dé sus frutos.

 

El trabajo desde el corazón

«Todo lo que sucede, es para ser comprendido»

En el acompañamiento terapéutico es importante facilitar en la persona acompañada la comprensión de que la culpa no es un buen camino.

En este sentido, cualquier programación que traigamos en nuestro particular «kit», tanto biográfico como familiar, perinatal o transgeneracional, no es una desgracia si se mira bien, es una oportunidad. Por ejemplo: ¿Cómo desarrollar una autoestima si nazco en una familia donde todos me aman? Mis condiciones de salida, por duras que sean, han de ser integradas, perdonadas y convertidas en un bien.

Podemos renunciar a la culpa, y recuperar de esta forma la coherencia cuando comprendemos, aceptamos y soltamos esa pesada carga.

Desde lo transpersonal, podemos contemplar cualquier situación vital, por muy dura que sea o haya sido ésta, como una oportunidad del destino para seguir creciendo y ampliando conciencia.

Todo lo que vivimos es en realidad una oportunidad para comprender y abrir el corazón. Desde esta perspectiva, cualquier programación o, dicho de otra forma: nuestra piedra en el zapato, se puede convertir en una verdadera aventura de autoconciencia y crecimiento, al tiempo que en nuestra puerta de acceso al amor incondicional.

Como reza la sabiduría antigua:

La Vida no siempre ofrece lo que queremos, sino lo que necesitamos…

La comprensión, propiciada por el proceso terapéutico, de que nuestros problemas son los hitos de un camino que conducen hacia una verdad más profunda de nosotros mismos, permite que dejemos de culparnos, así como de culpar a otros.

El acompañamiento terapéutico se convierte, entonces, en un espacio-tiempo amoroso y de acogida para descubrirnos, al tiempo que profundizamos en el sentido de la experiencia que nos toca vivir.

El sentido que para cada uno tiene la vivencia es la clave. Aunque dos personas pasen por la misma situación, cada una la vivirá subjetivamente. Hacer consciente este significado, libera: nos libera de culpas y de angustia.

El acompañamiento terapéutico desde el corazón se convierte entonces en un camino de restauración de la coherencia cardíaca en nuestra vida.

La simple toma de conciencia es, en muchos casos, suficiente para predisponernos a tal estado de coherencia y de bienestar integral. Pero otras veces hay que pasar a la acción, como hacemos en terapia: escribir cartas, realizar duelos, tomar decisiones, hacerse regalos, actos psicomágicos…

En el contexto de la terapia Transpersonal, se puede vincular el proceso del perdón con las Leyes Biológicas del Dr. Hamer. En este caso, el perdón se correspondería con el momento clave denominado conflictolisis, coincidiendo con el paso de una fase activa del conflicto a una fase de solución de éste.

 

El Perdón como Proceso

El proceso del perdón transpersonal pasa por un recorrido a través de etapas similares a las de un duelo. Este proceso tiene tres momentos clave: la aceptación, el poder de la palabra y el perdón propiamente dicho.

Aceptación y emoción oculta

La aceptación es sinónimo a no resistirse al flujo de la vida… A “lo que es”. Al contrario de la resignación, que es debilitante, contractiva y enfermiza, la aceptación expande.

Cuando sucede la aceptación de las circunstancias vividas, la vida vuelve a fluir. Entonces es como si la persona, al igual que los árboles, incorporara un «anillo» más de madurez.

En este proceso de aceptación, convendrá propiciar en la persona acompañada la toma de conciencia de las emociones ocultas o profundas que hay detrás de todo acontecimiento traumático o estresante.

La emoción oculta tiene que ver con esa emoción que no pudimos gestionar en la infancia. O bien con esa emoción que “lesiona” la imagen que tenemos de nosotros mismos: la imagen que construimos para ser queridos y aceptados. Lo que no encaja, pasa a la “sombra”…

Si bien el ego trata de tapar o evitar esa emoción que considera “inaceptable”, el corazón y el cuerpo sí la sienten. Por ejemplo, podemos sentir odio, pero no permitirnos ni aceptar ese sentimiento: “yo no odio, eso es malo”.

Entonces comenzamos a vivirnos en incoherencia. En el núcleo de toda incoherencia está la defensa de nuestra propia imagen. Por eso, el perdón es también una renuncia al ataque y a la autodefensa. El perdón transpersonal es optar por una vía desconocida por el ego: la de la rendición y la apertura.

Por ejemplo, si me he construido y me he identificado con una imagen de mí pacífica y benévola, me será muy difícil aceptar emociones como la ira o el enfado. Esto suele suceder cuando incurrimos al llamado bypass espiritual. Se trata de un mecanismo por el que saltamos al nivel espiritual o transpersonal, sin haber resuelto todavía nuestros conflictos y carencias del nivel-personal.

Se trata de un salto que, lejos de ser fruto de la madurez y el desarrollo natural de la conciencia, es más bien una huida o evasión. Ocurre a menudo en las personas “demasiado positivas” o “complacientes” que “solo miran por los demás”, olvidándose por completo de sí mismas. En realidad, esto puede estar reflejando un alto grado de incoherencia: el desamor hacia uno mismo.

En este mismo sentido, no podemos forzar el perdón: por mucho que digamos «ya he perdonado», si todavía nos corroe el resentimiento por dentro, este proceso no se habrá dado a un nivel profundo.

Quizás suceda, incluso, que al tratar de mantener esa autoimagen pacífica y benévola, intentemos forzar el proceso del perdón, sin reconocer antes el dolor, la rabia o el miedo.

La resistencia o represión de una emoción o pulsión interior es el camino hacia la enfermedad. Esto se corresponde con la Primera Ley Biológica de Hamer: Toda somatización comienza con un psico shock, una emoción que niego o reprimo.

La emoción tapada y, por tanto, no gestionada, desencadena la enfermedad, que en este caso es la solución adaptativa, a la vez que llamada de atención que el organismo nos ofrece para restablecer la coherencia. En este caso, detrás de la patología suele haber una historia de emociones mal gestionadas. El corazón no entiende de razones, el corazón siente.

Cuando nos sintamos enfermos, podemos conectar con nuestro corazón y preguntarnos:

¿De qué se trata, de qué me está hablando todo esto?

Sentir silenciosamente…

Sentir es el verbo para escuchar al corazón.

En este sentido, la enfermedad nos aporta un mensaje que nos abre la puerta a la sanación y a la honestidad. Nos hace ser sinceros con nosotros mismos, facilitando la toma de conciencia.

El poder la palabra

En el acompañamiento terapéutico transpersonal, el poder del silencio opera conjuntamente con el poder de la palabra.

Desde el silencio interno podemos generar un espacio de escucha y empatía profunda. Desde la palabra podemos evocar realidades, así como nuevas realidades que más tarde se plasman en caminos neuronales más óptimos para la persona.

Actualmente, mediante técnicas de neuroimagen, se puede constatar que no es necesario un estímulo real para que el cerebro reaccione. Basta con nombrar algo para que se activen las redes neuronales correspondientes. La palabra crea realidad.

En los procesos de acompañamiento descubrimos que tras un conflicto a menudo existe una palabra no dicha, una emoción no expresada, un trauma silenciado, un secreto ocultado, etc.

 

“La importancia de la palabra es notable. Psicológicamente, somos el conjunto de nuestras palabras, y cualquier enfermedad es una palabra, no dicha por la boca, sino por el cuerpo.”

–Christian Fléche–

 

El hecho de expresar es, por tanto, terapéutico en sí mismo; y si esta expresión tiene lugar en un espacio de escucha compasiva, sucede que el efecto terapéutico se multiplicará.

El perdón que libera

El perdón implica desapegarse de un juicio y su correspondiente memoria de dolor. Un cambio de decisión. Decido que no eres culpable, no mereces dolor. Es, por tanto, un camino de liberación de la mente. “Soltar” es liberarse de las creencias limitadoras, así como de los resentimientos, pensamientos y emociones dolorosas enquistadas; significa también deshacer los nudos de odio y de rencor, al tiempo que nos liberamos de la amarga y dolorosa culpa. Si decido que no hay culpa: no llamo al dolor, y no llamo a la enfermedad o accidente. Toda enfermedad y todo dolor esconde un juicio de culpa, separación, castigo y dolor.

El perdón es un proceso que nos permite comprender en mayor profundidad los modos en que la culpa opera en nosotros. Tengamos en cuenta que la culpabilidad es la máxima expresión del sentimiento de separatividad. Por su parte, el perdón es un proceso que nos permite ir deshaciendo la culpa a través de la expansión de la consciencia y el cambio de percepción, de forma que pasamos de vivirnos, progresivamente, del estado de separatividad al sentimiento de unidad.

El perdón comienza con una sencilla decisión consciente: “Estoy decidido a ver esta situación –lo que me ocurrió, lo que me duele…– de otra manera.”

En esencia, el perdón tiene que ver con la comprensión, que es la otra cara de la compasión:

Para poder comprender es necesario, por una parte, asumir la responsabilidad, es decir, hacernos responsables de los programas de conflicto que anidan en nuestra mente. Un programa gobierna nuestra percepción hasta que nos damos cuenta de su existencia. Cuando lo vemos y comprendemos, nos hacemos responsables de lo que expresamos y proyectamos a partir de éste. Entonces se hace posible la transformación de dicho programa en opciones de respuesta más óptimas.

El perdón pide de una mirada inocente: cuando podemos comprender los miedos del otro –ponernos en sus zapatos–, sus carencias, sus heridas, todos los sinsabores de su vida; cuando podemos respetarlo, sin olvidar su inocencia básica como ser humano; cuando podemos conmovernos en el corazón sin proyectar y sin justificarlo…, entonces, brota la compasión. Y el perdón surge espontáneamente.

 

Si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, se desarmaría cualquier hostilidad

–Henry Wadsworth–

En este proceso de perdón, tarde o temprano descubrimos que la culpa que proyectamos hacia fuera es, en realidad, la culpa que sentimos hacia nosotros mismos. El mundo sólo es un espejo. Cuando culpamos a los demás de lo que nos sucede o sucedió, en realidad estamos reflejando nuestro sentimiento de culpabilidad. Es por ello que se puede decir que cualquier proceso de perdón hacia otros, o hacia determinadas circunstancias de la vida, acaba por conducirnos hacia el perdón con nosotros mismos.

Lo que entendemos por error, acción incorrecta o equivocada, es decir, todo aquello que genera dolor, es producido por la ignorancia y la inconsciencia. Todo “error” proviene de la inconsciencia. La culpa, en este sentido, parte de sentir que deberíamos haber hecho algo distinto de lo que hicimos en su momento; es decir, que deberíamos haber sido más conscientes de lo que fuimos. Conlleva la sensación de que somos incorrectos, erróneos, o intrínsecamente malos. Esta sensación de verse a uno mismo como algo erróneo o malo es tan dolorosa, que el propio programa del ego elabora un modo de escapar de tal insoportable sensación: la de culpar a los demás, proyectar.

En conclusión, el perdón es un proceso que nos brinda constantemente la opción de elegir el camino del conflicto y el dolor, o el de la paz, la salud y el amor.

 

Héctor Gil García

Profesor de Psicosomática Integrativa. Naturópata, Terapeuta Transpersonal.

Autor de “Te perdono, me perdono” (Editorial Mandala).

 

 

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