Para todos aquellos que nos sentimos buscadores, inconformistas y descubridores de nuestro yo profundo y transpersonal, es esencial reconocernos como parte de un sistema. No sólo pertenecemos a una ciudad, país, cultura, etc. también pertenecemos a un clan. Tan importante que sus herencias son nuestros retos y oportunidades.
Nadie vive aislado y totalmente desligado del resto, todos nos influenciamos mutuamente, pues todos estamos conectados. Quizá lo podemos relacionar con las antiguas enseñanzas hindúes del karma colectivo. Allí se dice que las almas evolucionamos en racimos, es decir, que vamos repitiendo compañeros de vida en vida, y quien antes era tu hijo puede ser ahora tu madre, etc. Pero si hemos nacido con un grupo de almas, es que todos necesitamos aprender. Y cada uno aporta su experiencia para otros, así que lo que nos tocó es totalmente justo.
Según la sabiduría perenne, parte de nuestra evolución es lograr ser conscientes de nuestra individualidad y para ello debemos primero pasar una etapa de ser parte de una “masa” o colectividad, siendo leales y repitiendo los mismos paradigmas, pues eso nos hace sentir parte de algo y sentirnos seguros. Para conquistar nuestra propia independencia, poco a poco. Nuestra libertad debemos ganarla porque va aparejada a la responsabilidad.
Así pues, darnos cuenta de estos programas y memorias heredadas de nuestro clan, cambiarlos para bien y trascenderlos, será parte de nuestro trabajo evolutivo.
Pero, ¿Cómo podemos reconocer nuestros programas heredados del clan? A través del estudio de nuestro Árbol Transgeneracional. Éste nos brinda una visión compasiva de nuestros ancestros y de nosotros mismos. Nos da el hilo que nos permite llegar hasta la raíz del problema, o lo más cercano posible. Y una comprensión sin juicio ni culpas nos facilita el poder soltar estos programas y conflictos y vivir nuestra propia identidad.
Así que, como dice la terapeuta Anne Schützenberger en su excelente libro “Ay, mis ancestros”, somos menos libres de lo que creemos. Pero podemos ser libres si dejamos de repetir la historia de nuestros ancestros, si comprendemos los vínculos que se han tejido en nuestras familias.
En el estudio del Árbol Transgeneracional comprenderemos cómo la repetición de un mismo nombre, por ejemplo, transmite la información a los descendientes, que serán llamados a repetir o reparar la historia de su ancestro. Es como si dijera: tú eres una reedición de aquel, puedes resolver lo no resuelto. Estudiaremos cómo las fechas de nacimiento y muerte crean afinidades especiales que sirven para transmitir flujos de información.
O como un hijo de substitución, por ejemplo, suele llevar el “fantasma” de alguien que murió de forma injustificada e injustificable, y qué tipo de patologías suele presentar.
En definitiva, somos parte de un sistema mayor. Como una manzana es parte de una rama, y de un árbol y de unas raíces ocultas en la tierra. ¿Por qué si una manzana está amarga nos empeñamos en inyectarle azúcar? ¿Por qué si unas manzanas están deformes o sufren algún problema no miramos toda la rama ni las raíces? Las personas somos como manzanas y nada conseguimos sin conocer y sanar todo el árbol.
Pero tampoco se trata de vivir escarbando siempre en las raíces, o pasar largos años estudiando morbosamente el inconsciente. Es simplemente un proceso, una parte del camino evolutivo para trabajar y analizar nuestro Árbol, y luego seguir la marcha evolutiva ascendente, con los programas sanados.
Al final, el autoconocimiento es sanación. Y la sanación es comprender y honrar la vida desde la vida y la salud.
Héctor Gil